El cuento de la tristeza

viernes, 28 de diciembre de 2012

Todo comenzaba a ser perfecto en la vida de Humberto, su familia, su profesión, sus amigos, todos los aspectos de su vida glamorosos, sin excepción. Su pasión, la música.
Humberto dejo entrar a su vida hace tres años a una persona llamada Abelina, su profesión, musa profesional.

Humberto y Abelina se conocieron como conoce el mago sus actuaciones, intencionalmente, sin la remota idea de cómo saldrán las cosas, su refugio, sus caricias.
Un día tras tres años de compartir sus labios, sus lágrimas, sus ilusiones, vaya su amor (como dicen los enamorados) Abelina ha llegado a una conclusión sobre su relación imantada con Humberto, dice ella que en el amor hay que terminar para saber por qué se empezó. El presagio de una inminente ruptura parece cuestión de palabras y abrazos.

Humberto siempre fugaz de la pérdida y temeroso de la toma de decisiones, decide contestar a la bella Abelina con los párrafos de una canción que ha empezado hace un par de días.

-No esta terminada, pero creo que te entiendo, comentó el fantasioso Humberto
-no importa, quiero escucharte, sabes que me gusta tu voz, dijo ella
- Aquí va…

Llueve, llueve sin parar
Las gotas caen sin pensar donde aterrizar
Las nubes vacían su robusta blancura
El gris las colorea, se fragmenta su tranquilidad

Así empieza la vida, cargada de energía
Que se desvanece con nuestros insolentes desafíos
Así empieza el destino a dejar de constante
Para tan solo ser un aviso universal

Intento darle sentido a la vida
Y no comprendo la muerte, ese es mi error
Concibo un mundo arrogante, sin temor
Mi voluntad no cae, ni se da por vencida

Sin conocerte invoque el amor,
Dedique mi vida a jugar con el, te veo contenta
Y hoy no sé que hacer
Ojala vaciar esas nubes fueran la solución,
Estos acordes son de gracia
Quiero que seguir con mi vida y decirte, adiós.
Abelina sin habla perfumo sus labios con el mas dulce néctar de la eternidad, se acercó a Humberto, se puso frente a él y sentenció su boca con el beso más añorante que una musa puede dar, aquel que jamás se repite pero perdura con la vigencia del fin del mundo, aquel que solo las dedicadas a esa profesión aprenden a dar.

Abelina sello aquel momento de paz fúnebre, que relaja los espíritus, Humberto sin palabras , segado ante aquel perfume, cedió.

Separaron sus bocas, se miraron con anhelo,  sus ojos cristalinos fueron la fiel complicidad que buscaban, andarán nuevos caminos, ella volverá a ejercer su profesión y el terminará la canción que nunca empezó.


Las lágrimas son la voz acuosa de una tristeza que ha decidido no hablar.